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    Ángel María Herrera

    Nací en Carabanchel, a mediados de los 70, y por aquel entonces junto con la partida de nacimiento te daban un guion preestablecido para tu vida: estudia, trabaja para otros, cásate y ten hijos.

     

    Hasta cerca de los treinta me limité a seguirlo, sin preocuparme de mucho más. Pero poco a poco una incomodidad brotaba dentro de mí, casi sin darme cuenta. Al principio en modo de rebeldía y malestar cuando me enviaban a clientes que no me gustaban o proyectos que no me parecía que ayudaran mucho a la sociedad. Luego surgieron preguntas: ¿Por qué hago lo que estoy haciendo? ¿Es a lo que me quiero dedicar el resto de mi vida? ¿Es lo que quiero transmitir a mis hijos el día que los tenga?

     

    Hasta que un día unas palabras comenzaron a resonar en mi mente, al principio como un susurro: “quiero ser el guionista de mi vida”. Tardé un tiempo en entenderlas, y cuando las comprendí les hice caso omiso, pero seguían ahí, día tras día, golpeando fuerte en mi consciencia y dejaron de ser ese simple susurro para transformarse en un ruido atronador. Así que finalmente respondí a aquella llamada de mi interior, asumí la responsabilidad de mi vida y decidí romper ese guion preestablecido para mí, y coger un cuaderno en blanco, más un lápiz, para empezar a diseñar mi nueva etapa, la más feliz, en mi caso, ser emprendedor, en la que llevo desde el 2005.

     

    Desde entonces tengo en mi cuarto la frase que dio esperanza a Nelson Mandela durante su cautiverio: “Soy el amo de mi Destino. Soy el capitán de mi Alma” del poema «Invicto» de William Ernest Henley.